Sigo defendiendo el valor de las canciones como una posibilidad de encuentros profundos; encuentros con nuestra historia y nuestras raíces; encuentros que se tejen cuando esas canciones son herencia de una comunidad, voz y palabras para contar sus paisajes, sus recuerdos, sus alegrías y sus añoranzas. Y las canciones abren también la posibilidad de conocer hermosas historias humanas, como las que me han regalado los jóvenes participantes del concurso “Panamá, Unidos en Canción” a los que he tenido la oportunidad y el placer de conocer.
He conocido a jóvenes cuyas familias y comunidades están comprometidas en la salvaguarda de su patrimonio musical; jóvenes entusiastas, decididos, curiosos, interesados, no sólo por conocer sus raíces, sino por construir su propia identidad a partir de ellas. He conocido a jóvenes que conviven con realidades que demandan esfuerzo Y coraje para superarlas, Y que me confirman lo que creo profundamente: para que nuestros logros sean duraderos, es preciso unir al talento, la disciplina y la constancia. He conocido a jóvenes solidarios, compañeros que se apoyan unos a otros y creen en el trabajo en equipo por un objetivo común.
Quiero presentarles a estos jóvenes y sus canciones; las canciones que nos cantan y nos cuentan; canciones qué son también profundamente nuestras. Gracias a ellos y a ellas, por defenderlas, quererlas y cantarlas; y a ustedes, por recibir y escuchar sus voces que nos recuerdan, no solamente que somos un tapiz multicolor, rico en modos de expresarnos, sonoridades e identidades; sino principalmente, que late en nuestra tierra una savia que sigue nutriéndonos con su fuerza: El amor de quienes creen que vale la pena apostar por proteger nuestro legado y comprometerse en proyectos que construyen cultura; éstas experiencias y estos testimonios nos sostienen y nos alientan.